sábado, 11 de noviembre de 2017

Madres de amigos

Somos una proyección de quienes nos dieron lo primero, cuando llegamos a este mundo ya contamos con el calor que otro nos dio, ya nos movemos a la misma velocidad que todo lo que nos rodea y por eso nos parece que todo está quieto. Nacemos ya alimentados por nuestras madres y con el hambre que ellas mismas calmarán. Cuando nacemos alguien más nos preparó abrigo y leche en algún pecho tibio.Una casa y un barrio con amigos. Todo eso que nos acompañará por el resto de nuestras vidas.
 Somos la victoria de una batalla que otro peleó, el festejo de un esfuerzo familiarmente ajeno, la lágrima de felicidad que costó un mar de sudor. Esta posición suele parecer culposa, pero es mas bien grata. De eso se trata ser hijo; como todo ser viviente, incluso como toda célula, contamos con la certeza de ser lo mejor que alguien más pudo elaborar para regalarle al tiempo futuro, una mezcla de orgullo y responsabilidad, café y leche. 
 Un amigo me enseñó que cuando alguien nos demuestra sus valores con acciones, su humanidad, su humildad, su amistad; lo más correcto no es precisamente agradecerle ni felicitarlo por como se porta. Lo indicado en estas situaciones es pedirle que le mande una felicitación a sus Viejos. El mejor mensaje para un padre es aquel que le anuncia que su descendiente no solo es una agradable compañía para quienes lo rodean, sino que es también necesario para los hijos de otros padres. 
 Este texto es tan solo un humilde pero necesario agradecimiento no sólo a mi madre sino también a todas las madres de mis amigos. Mi madre me regaló a un hermano, imprescindible, y las madres de mis amigos me regalaron a todos los demás. A todos esos hermanos hoy los disfruto y necesito. Y es por habérmelos regalado que les agradezco a sus madres y padres.
Gracias, Mateo.

jueves, 26 de octubre de 2017

Lo más razonable

A continuación, la historia que recitaría desde la comodidad de un diván si fuese el paciente de alguno de esos terapeutas o psicoanalistas que tan sobervios imagino.
  Es uno de esos relatos donde el personaje que en el título es nombrado cual principal protagonista, resulta ser solamente un argumento narrativo que, tal vez participe activamente en la trama solo para darle un cierre coherente.
  Me cuesta elegir un punto de partida firme y a la vez no demasiado lejano para desarrollar lo que sigue, esto se debe a que todavía desconozco el final y, mas que otra cosa, a que ese renombrado y escasamente participativo personaje en esta historia, soy yo.

 Camila Maité Ríos, 15 años, Mar del Plata, Torreón del Monje, una típica y bizarra ceremonia donde se reúnen estereotipos machistas tradicionales sobre la concepción de la mujer, invitados que no siempre son del agrado y gusto de la "agasajada" (para no llamarla sometida), parientes del interior que no han visto a la familia en más de cuatro o cinco ocasiones durante los últimos quince años. Los invitados que sí son del agrado de Maité, amigas y novio. Papá que parece satisfecho por haber "cumplido", valla a saber uno lo que ello signifique. Mamá emocionada y llorando esta vez con un lindo motivo. Lautaro, el hermano mayor, vestido de traje, escasamente demostrativo de sus sentimientos y totalmente concentrado en alguna conversación. Los más chicos jugando por todo el salón, los más grandes emborrachándose lentamente hasta cometer el terrible descuido de decir alguna verdad.

 Una tía abuela, o lo que sea, -esa vieja que tiene por costumbre llamar "Mateo" a Lautaro- hace su recorrido indeseado pero tradicional por la mesa de la familia, vociferando el mismo discurso insípido de todos los encuentros anteriores y cometiendo el, ya clásico pero un tanto olvidado, bautismo del primogénito bajo el nombre del apóstol bíblico homónimo al primer evangelio. El errante nombre generó la sensación en varios comensales de ser una omisión recurrente en más de un integrante de la familia, pero se lo pasó por alto y nadie corrigió a la vieja, atribuyendo la equivocación a una posible demencia senil.
 La velada avanzó sin ningún cuestionamiento que hacerle a la cultura occidental, lo que se dice: "una buena fiesta".
 Los mas viejos y los mas niños se retiraron al techo que los hospedaba, mientras que los jóvenes fueron ganando el terreno del salón de fiestas, como reclamando algo que sabían propio. Los adultos presentes dispersaron sus conversaciones para ocupar mesas casi íntimamente debido al desalojamiento de la mayor parte de los asientos.
Es entonces que se da la conversación que nos interesa, la de la madre de Maité con la tía Noélia, una de las dos hermanas del padre.
- ¿En tu trabajo como te está yendo?- preguntó Noélia con la seguridad de que su cuñada se seguía dedicando a la terapia ocupacional.
- Bien, me gustaría estar dedicándome a mi carrera pero... ¡Viste cómo es tu hermano!- suspiró Karina con aire de desilusión.
- ¿Que?¿ no estás ejerciendo? Pensé que... ¡no tenía idea!- Noélia expresaba una consternación exagerada con una pizca de sobre-actuación.
- No, Fernando no quiso que siga atendiendo, trabajo en una heladería hace un año.- La resignación de Karina se derramó un poco sobre su cuñada.
- Pero ¿por qué?¿con que motivo?
- No sé y no lo comprendo, te juro que no lo entiendo.
- Igual de Fernando ya no me sorprenden ese tipo de actitudes, no ha cambiado su actitud hacia su familia desde que era joven, y sigue sin decirle papá y mamá a los abuelos, nunca lo hizo.
- Ahora además dice que no se siente parte de esa familia- agregó Karina - ¡¿a vos te parece?! Un hombre de casi 50 años y con esos arranques de rebeldía e inmadurez.
- ¿Sabes cuál es el problema de mi hermano?-preguntó Noélia en forma retórica- ¡Que no reconoce su propia identidad! No reconoce a sus padres como tales, no le gusta que tus hijos pasen tiempo en Villegas con sus abuelos y sus primos, y ni siquiera reconoció a su hijo.
-¿¡Que hijo?!